Texto y fotos: Mónica González (
@monicagfeijoo)
Cuando tienes tres hijos es difícil que puedas dejarlos en casa de algún familiar durante mucho tiempo. En mi caso, dos noches ya son demasiadas, así que en ocasiones optamos por hacer fuera sólo una noche. Ese fue el caso de nuestro viaje relámpago a Venecia. Es casi como el cuento de Cenicienta, cuando empieza lo bueno, ya hay que salir corriendo al aeropuerto, pero, si elegís bien la fecha, es suficiente para llevaros lo mejor de la ciudad, a un precio muy ajustado e incluyendo un poco de todo. Este viaje es la mejor fórmula, además, para quienes empezáis a dejarlos solos y tenéis serias dudas de que puedan estar sin vosotros, aunque luego, en realidad, es a la inversa.
La clave de un viaje a Venecia es elegir bien la fecha. Hay que intentar huir de las colas, las aglomeraciones o cualquier elemento que nos distraiga y no nos permita disfrutar de la ciudad, porque lo mejor de Venecia es para mí sencillamente pasear por ella. Nosotros elegimos finales de marzo, un mes de resaca tras el Carnaval. Llegamos a media mañana al aeropuerto y desde allí un autobús y un vaporetto que nos condujo hasta el
Hotel Sant´Elena de la cadena Best Western, muy correcto y agradable. Para los traslados os recomiendo la tarjeta Travel Card deVenecia, es la mejor opción para los que utilizamos el transporte público, o
Venice Card.
Tras dejar la pequeña mochila en el hotel, nos fuimos hacia nuestro primer objetivo: la Plaza de San Marcos. Está en el corazón de Venecia, en ella se encuentran los edificios más representativos de la ciudad. Napoleón la definió como «El salón más bello de Europa». Y no hay duda de que lo es.
Aquí se sitúa la Basílica de San Marcos. Encontraréis mucha información, aunque, para mí no os podéis perder la visita al Museo, ya que es la única forma de ver de cerca los techos y mosaicos de la catedral y, lo más importante, las esculturas originales de los Caballos de San Marcos. Además de poder contemplar la plaza desde el balcón, la Logia dei Cavalli. Tiene unas vistas preciosas.
Si podéis subir al Campanil, perfecto. Con 98,5 metros de altura, es el edificio más alto de la ciudad y dicen que ofrece también unas vistas estupendas. Nosotros no pudimos hacerlo porque no estaba abierto.
Para comer no teníamos mucho tiempo, así que tomamos algo rápido, por supuesto pizza, en uno de los muchos sitios de comida rápida que hay por allí. Si queréis tomar un café, el más famoso es el Florian. Nosotros huimos de él y preferimos tomarlo en uno de las muchas cafeterías que hay por el centro. Al final, al mismo precio y sin el glamourde haber sido el lugar elegido por Lord Byron, Rousseau o Stravinsky. Son las cosas que, en ocasiones, nos pasan a los viajeros.
El hotel
Danieli también está a escasos metros. En sus habitaciones se han vivido escandalosos romances y en uno de sus bailes de máscaras se cruzaron por primera vez Aristóteles Onassis y María Callas. También fue este hotel palaciego el que eligen Angelina Jolie y Johnny Depp en
The Tourist. Enfrente, el embarcadero de Góndolas, para los que no entiendan un viaje a Venecia sin un paseo en góndola por sus estrechos canales.
Luego, al Palacio Ducal, uno de los símbolos de Venecia y de los más fotografiados. Merece la pena entrar, la prisión y el famoso Puente de los Suspiros es de las cosas más llamativas. El nombre del puente viene dado por ser el camino que seguían los condenados a muerte ya que, desde sus ventanas, veían por última vez la Laguna Veneta. Ya que estáis en Venecia, no os perdáis las obras de Veronés, Tiziano y Tintoretto que se encuentran en el Palacio. Si queréis más, no podéis perderos la Galería de la Academia. Como curiosidad, en el Palacio Ducal, también está la Bocca diLeone, una especie de buzón con cara de león donde antiguamente se podían denunciar las prácticas ilegales de los ciudadanos.
La tarde la reservamos para pasear por los canales de Venecia y recorrer sus iglesias. Siempre en vaporetto.
En el Gran Canal de Venecia, una parada obligada es el Puente Rialto, el más antiguo de los cuatro puentes que lo cruzan. Sobre el puente, lo difícil es coger un hueco para hacerte la foto. Nosotros tuvimos suerte porque no había mucha gente. La calle que lo atraviesa está llena de tiendas de souvenirs, así que se puede aprovechar para comprar algún detallito. A mí me gustaron especialmente la gran variedad de anillos de cristal y las máscaras.
Por la noche, un paseo por el barrio judío. No os lo perdáis. La noche, poco concurrida por turistas, os hace olvidaros de que estáis en una de las ciudades más visitadas de Europa. Elegimos un pequeño restaurante, Ostariada Rioba, recomendado por unos amigos que vivieron en Venecia durante un tiempo. Buena comida, un precio correcto, y alejado de pleno centro. A la vuelta, noche cerrada en el gran canal, mucha humedad, silencio y la magia de Venecia, que de verdad os digo, existe.
Al día siguiente, a primera hora visita a Murano. Nos llevaron en excursión desde el hotel. Todo gratuito, en una lancha. El pago lo haces después de hacer la visita a una fábrica de cristal y comprar algo, pero bueno no estuvo mal y si quieres no tienes por qué comprar. De vuelta, no paramos en otra de las visitas obligadas, San Michele, llamada «La isla de los muertos»:Es el cementerio histórico de Venecia, aunque sí pasamos muy cerca de la isla. Nos dejaron cerca de San Giovanni, y a callejear. Tiendas de disfraces y máscaras espectaculares y rincones muy bonitos donde hacer infinidad de fotos.
Comida rápida y de nuevo al canal para ver la Basílica de Santa María de la Salut y el paseo que la bordea; así como infinidad de palacios, iglesias, y maravillosos edificios, los que adornan las calles de Venecia.
Como os decía al principio eso es lo mejor de la ciudad de los Dogos: pasear, si es posible sin mucha gente y disfrutando de una ciudad que te hechiza. Claro, siempre y cuando todo sea perfecto como en aquel viaje.
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